Ana María Battistozzi. El dinero y la sangre

El dinero y la sangre

El campo, el poder y la riqueza, como una marca de origen de la Argentina, vuelve a ser tema del trabajo de Cristina Piffer, que subvierte los cánones de la estética minimalista.

Por esos azarosos cruces entre el arte, la historia y la política, la producción más reciente de Cristina Piffer se presentó en Ignacio Liprandi Arte Contemporáneo justo al tiempo que se producía en el país una crisis en la provisión de billetes y nuevas protestas del campo volvían sobre reclamos que remontan al enfrentamiento de 2008. 

Llama la atención la coincidencia porque esta, producción de la artista trata justamente del campo y de la emisión de billetes y fue concebida a partir de lo que aquella crisis puso de relieve. Una de las tantas cuestiones que volvieron a escena, como se recordará, fue la discusión sobre el histórico poder del campo, especialmente notable en un Estado que nació a la vida institucional basado en la explotación agropecuaria. Al punto que los billetes de la naciente Nación Argentina llevaban impresas no la imagen de prócer o acontecimiento republicano alguno, sino cabezas de vacas. La ganadería y la faena se constituyeron en bienes supremos y, naturalmente la primera iconografía con que la Nación se identificó a sí misma en su moneda. 

La obra de Piffer hace foco en estos detalles y ahonda en la carga simbólica que puede tener para el destino de una nación que no ahorró en su historia episodios de violencia que podrían rastrear raíces en esa práctica fundacional. 

El tributo al Matadero que rinde el billete de 500 pesos, agigantado y grabado sobre vidrio con sangre disecada en uno de estos trabajos de la artista, vuelve sobre el principio de la violencia que recorre toda su obra. Desde Perder la cabeza , la serie que presentó en 1998 en el Centro Cultural Borges, que aludía a los enfrentamientos entre caudillos durante la primera mitad del s. XIX a Entripados, de 2000, y Neocolonial, de 2001. No se advierte, sin embargo, aquí la tensión que habitaba aquellas obras desde las inquietantes contradicciones materiales que la constituían. 

Entonces usó carne, tripas y grasa, que trató y depuró con diversos procedimientos y materiales hasta lograr piezas de una bella apariencia industrial. Sus lápidas, baldosas y trenzados operaban sobre la verdad y la apariencia, en un inquietante vaivén entre salvajismo y orden, una polaridad equivalente al par civilización - barbarie que articula la estructura interna de nuestra cultura. 

Las piezas que presenta ahora, si bien constituyen una derivación de aquella indagación, dan la sensación de soslayar la tensión que aportaba la carne, la lonja de piel o la achura como dato brutal que apenas aplacaban las apariencias. 

La sangre ha sido despojada aquí de su rastro vital. Deshidratada, reducida a polvo y utilizada como pigmento para imprimir billetes sobre una superficie transparente. 

Con todo, es en el proceso de reducción que ha padecido y su uso metafórico donde hay que rastrear el mayor voltaje de la cadena de sentidos que propone la artista. Así trabaja la opción polisémica de la expresión hecha polvo, tomada como sinónimo de destrucción, explotación o supresión final. Algo que reverbera también en las precisas instrucciones de la faena que graba sobre el polvo de sangre acumulado sobre una bandeja de acero. Y flota en eventuales proyecciones sobre la economía, las facciones enemigas de nuestra historia y el propio valor del dinero. Billetes, con marcas de agua que parecen marcas de res y cuyo valor ha sido reducido como la sangre. ¿De allí, acaso, la persistencia de ese goteo seco en forma de polvo que se desprende de la superficie vidriada, como la arena de un reloj en el tiempo? Heredera de la tradición del conceptualismo crítico latinoamericano que nunca desdeñó el poder evocador de la materia y su elocuente presencia formal, la obra de Cristina Piffer, se vale de juegos de lenguaje que a menudo derivan del refranero popular. 

Como carne y uña se llamó su primera presentación de 1998 en el Centro Cultural Borges junto a Claudia Contreras y hoy el título elegido es Con la sangre en el ojo. Refinada en extremo, su obra subvierte los cánones de la estética minimalista valiéndose de ella. Lo hace desde procesos de producción rozados por el principio de civilización y barbarie que vertebra nuestra cultura. 

Y hace confluir la investigación metódica, que la llevó al museo del Banco Provincia y también la manipulación de las tripas, la carne o el polvo de sangre.